Cuando Rodolfo Izaguirre explicó de donde había tomado el nombre de su más reciente libro, “Lo que queda en el aire“, dijo que procedía de una definición del ballet que escuchó hace años: “El ballet es lo que queda en el aire después que el bailarín pasó por él”. Después explicó que este texto que lleva su firma no es una novela, tampoco es un ensayo sobre el ballet, pero aclaró que era un poema de amor.
Si el libro está marcado por la impronta de ser el texto de un marido sobre su mujer, la presentación estuvo más allá de las acostumbradas palabras de alabanzas para un escritor y su trabajo literario. Este encuentro se recuerda como un homenaje a los sentimientos, a los afectos y a la compresión entre dos seres humanos.
La invitación convocó a los numerosos amigos del crítico de cine y escritor de un sinfín de artículos para la prensa. Se realizó en los espacios de Trasnocho Cultural, organizado por Kathyna Henríquez Consalvi, una librera que ha convertido al libro en un objeto tentador, de donde la vida se desparrama para los lectores, y en el protagonista de los distintos capítulos que constituyen la existencia de un país, además de ser testimonio de lo pequeño y lo grande que se sucede en ese día a día.
Un viaje poético y conmovedor
Le correspondió hablar sobre “Lo que queda en el aire” a Hercilia López, bailarina como Belén Lobo y, por lo tanto, conocedora de lo que significa luchar por darle significado a una disciplina que en un país de tercer mundo se considera materia de segundo plano.
Sus palabras mostraron una inmensa amistad con Belén Lobo, compartida ahora con Rodolfo Izaguirre. Una amistad entre dos profesionales que en algún momento podían no haber tenido el mismo punto de vista pero que seguían respetándose y admirándose.
La poesía estuvo presente en su intervención donde el ritmo no lo marcaron los movimientos sino los latidos del corazón.
Rafael Arráiz Lucca, el otro presentador, subrayó que transitar por este libro también es recorrer a Venezuela en un viaje poético y conmovedor, a través de la historia de amor de dos personas.
Lo que queda en el aire: águila y relámpago
Cada capítulo es una etapa de la vida de Belén y Rodolfo, pero también es la presencia de personajes y de costumbres y de paisajes. En esta ocasión estuvieron dos de los tres hijos del matrimonio: Rházil y Valentina, Boris no pudo estar presente por razones de trabajo.
Para Rodolfo Izaguirre, el espíritu de Belén Lobo representaba al águila y al relámpago que no se apagó con su muerte, sino que continúa brillando y alumbrando la vida de este hombre que es parte esencial de la cultura venezolana
A sus 90 y tantos años Izaguirre prosigue activo, no se rinde ante la barbarie. En sus helechos, convertidos en celosos guardianes de recuerdos, siente que la vida merece ser vivida, porque así también le da vida a Belén. Y aunque a veces la tristeza ronda sus recuerdos, no le da entrada libre.
Con pompas de jabón
Un libro tan vivencial no fue escrito fríamente; por lo tanto, el dolor también ayudo a su redacción, por lo que el autor confesó que las lágrimas no estuvieron ausentes.
cuando lo simbólico se apoderó de la puesta en escena.
Para el bautizo no se usó agua sino pompas de jabón, cargadas de sutileza y de cierto espíritu lúdico. Sus dos hijos fueron los encargados de llenar el ambiente con las etéreas e iridiscentes esferas.
La edición de “Lo que queda en el aire” estuvo a cargo de Gisela Cappellin Editores. Carmen Verde Arocha realizó la corrección del texto; el diseño de la portada es de Carolina Arnal y Silvia Beaujon ejerció de asesora editorial.
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