Ver el musical Los Miserables es mucho más que divertimento. Aunque está basada en el libro homónimo de Víctor Hugo, la vigencia de su argumento parece indicarnos que la lucha del hombre por alcanzar justicia es eterna.
La igualdad sigue siendo una utopía, como lo es el liberarse de un pasado sucio, como lo refleja Jean Valjean, el exconvicto que protagoniza la obra.
La sala Ríos Reyna del Complejo Cultural Teresa Carreño se suma a otros escenarios donde esta obra que se estrenó en 1980 en París, de allí siguió a Londres, para luego recorrer el mundo. Para mí fue reencontrarme con un espectáculo bien montado, con cantantes jóvenes y otros menos pero todos entregándose en sus respectivos roles. Con una dirección orquestal más que satisfactoria y la actoral con ritmo que prevalece durante las casi cuatro horas. La utilización de los recursos escénicos se hace con inteligencia y nos muestra una producción que ha significado un trabajo gigantesco. Alegra saber que esa responsabilidad la asumió la joven Claudia Salazar. El resultado: un trabajo meritorio.
Más allá del espectáculo
Cuando no es la primera vez que uno ve un musical, piensa que se deja poco a la imaginación, sin embargo, la emoción fue totalmente diferente a la experimentada en 1992, en el Imperial Theater, en Broadway. Aquella vez, mis expectativas estaban sembradas en el espectáculo porque ya conocía la calidad de las producciones y no me decepcionó.
Dos años más tarde, 1994, en un viaje a Madrid, en la lista de actividades a cumplir estaba ver de nuevo Los Miserables. Esta vez me interesaba conocer el trabajo de producción de Plácido Domingo, junto a José Tamayo y Cameron Mackintosh. Cuando tuve la entrada en mis manos sentía como si hubiese ganado un maratón porque estaban agotadas y por un golpe de suerte pude conseguir para la función que bajaba el telón. No cabía un alma en el teatro y la ovación final fue realmente estremecedora. Sentí que era como despedir a un ser querido que no sabíamos cuando lo volveríamos a ver.
Ahora, 28 años después, me enfrento al mismo repertorio, pero a medida que se va desarrollando la trama los sentimientos se alejan del mero espectáculo y siento el sufrimiento de aquellos que se han ido porque protagonizaron sus propias barricadas en nuestra misma Caracas. Cuando el pequeño luchador cae abatido por una bala que no perdonó el ímpetu de su juventud, vinieron a mi mente los nombres de aquellos escuderos que evadían las bombas lacrimógenas.
La vigencia de Los Miserables
Victor Hugo metía una vez más el dedo en la llaga. Su obra, escrita a mediados del siglo XIX, en aquellos años convulsos, cobra una vigencia en estos tiempos de cambios, cuando el hambre de algunos evade fronteras, cuando la política se hace ineficiente y los autócratas muestran su ilimitada sed de poder.
Los personajes bien podríamos colocarlos en el siglo XXI. La bondad, el arrepentimiento, el heroísmo y el amor desarrollan un tejido perfecto de emociones. Allí están los héroes, pero también los malvados e inescrupulosos que aunque se vistan de seda continúan revelando su impúdica moral.
Mariano Detry puede sentirse satisfecho porque esta nueva versión, que en Venezuela contó con un mayor número de músicos que en otras locaciones, no dejó a ningún espectador indiferente. Lástima que la temporada sea tan corta. Los Miserables nos indica que el bien no se entroniza, sino que siempre el peligro está en acecho.
Sin lugar a dudas estamos ante una de las más importantes producciones musicales de 2023.
Fotos de @alberto.veloz
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