Hemos visto numerosas notas que se han escrito por el reciente fallecimiento del maestro Román Chalbaud, acaecido el pasado 12 de septiembre, la inmensa mayoría de las cuales revelan su innegable, profusa, celebrada y reconocida obra en el teatro, la televisión y el cine venezolanos, campos en los que -en todos ellos por igual, rarísima hazaña- fue figura principalísima, al haber alcanzado cotas de creación verdaderamente excepcionales en calidad y cantidad.
Creo que nadie podría afirmar sin incurrir en mezquindad o desacierto que en La quema de Judas (1974); Sagrado y Obsceno (1976); El pez que fuma (1977); Carmen la que contaba 16 años (1978); Cangrejo (1982); Cangrejo II (1984); La oveja negra (1987) y Pandemonium, la capital del infierno (1997) no figuren ocho de las más significativas, influyentes y reconocidas obras del cine venezolano de todos los tiempos, de un total de 17 largometrajes hechos por él entre 1959 y 1997, más allá de la apreciación bastante compartida por críticos, cronistas e investigadores que da cuenta de una importante merma de calidad de su obra cinematográfica más reciente -la realizada bajo encargo en el siglo XXI junto a la Villa del Cine-.
Una robusta y abundante filmografía
En mi opinión, especialmente las ocho películas emblemáticas mencionadas, dentro de la robusta y abundante filmografía de Román Chalbaud, no solo radiografiaron -con singular densidad y profundidad- aspectos cruciales de la sociedad venezolana, sino que, en suma, pasan a ser obras con altísimos valores de producción, de puesta en escena, de interpretación, de creación de personajes devenidos en auténticos iconos en la cultura nacional; son en su conjunto filmes que penetraron pliegues complejos del imaginario nacional, ganándose por añadidura el amplio favor de la audiencia, que en forma de autopistas de espectadores -parafraseando a La Garza- se convirtieron en seguidores agradecidos de la obra del director merideño.
Por lo demás, en lo que respecta a su capacidad de conexión con la audiencia, el cine realizado en el último cuarto del siglo XX por el maestro Chalbaud fue un auténtico éxito de público. Sabemos, por los registros de que disponen los agentes de la industria de exhibición venezolana (Asoinci) y el Observatorio del Cine Venezolano (OCV), que cinco de los filmes de Chalbaud fueron en sus respectivos años de estreno los que encabezaron la lista de los más vistos en los cines de entre las cintas criollas; El pez que fuma, con 341.000 espectadores en 1977; Cangrejo, con 500.000 asistencias en 1982; La gata borracha, con 208.000 en 1983; Manón, con 912.000 en 1986 y Cuchillos de fuego, con 367.000 espectadores en 1990. Así, solo estos cinco títulos acumulan la extraordinaria cifra de más de 2.300.000 espectadores.
Más de 4.000.000 de espectadores
Pero si sumamos a estas cinco obras las cifras de audiencia conseguidas en su momento por otras ocho de sus diecisiete películas, igualmente realizadas entre 1959 y 1997, la magnitud de la audiencia Chalbaudiana se sitúa en casi 4.000.000 millones de espectadores, un resultado que sitúa su cine en un formidable promedio superior a 300.000 espectadores por película, lo que expresa no solo volumen, sino sobre todo consistencia en magnitud y conexión sostenida con el público durante tres décadas continuas, acaso la más exitosa rara avis en el conjunto latinoamericano.
Por contraste, la sumatoria de la audiencia de los cuatro filmes realizados por el maestro Román Chalbaud en el siglo XXI, en fórmula de cine por encargo, deja ver un descalabro notorio de su otrora destacada capacidad de conexión con el público, ya que en esta etapa escasamente totaliza 170.000 espectadores, para dar como resultado un exiguo promedio de 42.500 espectadores por obra; esto es, El Caracazo, con 127.000 (2005); Zamora, tierra y hombres libres, con 8.212 (2009); Días de poder, con 25.044 (2011) y La planta insolente, con 9.640 (2017).
Chalbaud: una producción vigorosa y homogénea
Podría decirse que los primeros 17 filmes de Chalbaud (realizados en el período 1959-1997) conforman, con sus variantes naturales, un vigoroso conjunto homogéneo, un corpus autoral independiente, propio, que expresa lo que podría denominarse un universo chalbaudiano perfectamente identificable, reconocible, conformado por personajes que forman parte del imaginario cinematográfico nacional, surgidos de su propio repertorio creativo o el de cercanos coautores, de su propia necesidad de expresar su mirada particular sobre el país, que creó una marca, unos símbolos distintivos de su filmografía tan ampliamente reconocida por la crítica y el público.
Por contraste, las cuatro obras que dirigió por encargo en el siglo XX acaso responden más exactamente a su deseo de contribuir, a través del cine, al proceso político venezolano que Román Chalbaud abrazó desde 1999 hasta su muerte, que a su aspiración de dar continuidad al sólido sustrato autoral que cimentó a una figura singular y portentosa del cine venezolano.
Prolífica obra de Román Chalbaud en el cine
En cualquier caso, es imborrable la contribución imperecedera de la prolífica obra de Román en nuestro cine, ampliamente reconocida además dentro del cine latinoamericano e iberoamericano, del que Román es figura histórica, al lado de los grandes maestros de nuestra región.
Un hermoso homenaje que se le rindió por el conjunto de su obra con proyección de una retrospectiva de su filmografía, incluida El pez que fuma, en la edición 33º del prestigioso Festival Internacional de Cine de San Sebastián, España, en 1985, uno de los únicos 14 festivales categoría “A” en el mundo, da cuenta fehaciente del reconocimiento internacional de su obra, que fue nuevamente objeto de interés fuera de nuestras fronteras al ser admitida Pandemonium, la capital del infierno (1997), su última película del ciclo 1959-1997, en la competencia oficial del prestigioso evento internacional celebrado en el País Vasco, al lado de obras de directores de la talla de Claude Chabrol, con Rien ne va plus y Adolfo Aristarain, con Martín (Hache).
Román: todo un himno a la humildad
Tuve la suerte de organizar esa ocasión tan especial para Román, por estar a cargo del Departamento de Festivales Internacionales de Cine del CNAC en ese entonces, al igual que dos meses más tarde en Argentina, en cuyo Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, único categoría “A” en América Latina, fue admitida también su Pandemonium, la capital del infierno, en una edición donde también participaron entre otras, obras como Carne Trémula, de Pedro Almodóvar; Moe No Suzaku, de Naomi Kawase y El Castillo, de Michael Haneke.
Generoso con las nuevas generaciones, Román siempre hizo de la transmisión de sus conocimientos un auténtico catecismo, por medio de talleres, clases magistrales y charlas, participando continuamente en actividades formativas a lo largo y ancho del país.
Solía parafrasear a Chaplin; “Nunca se sabe lo suficiente como para dejar de ser un aficionado”, se le escuchaba con frecuencia; todo un himno a la humildad de quien asumió el hacer como un continuo aprendizaje. Gracias por tanto, Román, descansa en paz, te sobrevivirá tu obra por siempre.
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Lo que logró cinematográficamente en la IV, lo destrozó en la V, haciendo cine panfletario, con bodrios como El Caracazo, y Zamora